Paul Sédir

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Texto extraído de Las fuerzas místicas y la conducta en la vida de Paul Sédir. 

«Si yo tengo la audacia de conversar sobre unas realidades eternas, os hago una promesa tácita de volveros más sensibles, vivos, de dar cuerpo, de haceros tocar sus presencias inmanentes bajo los velos de las banalidades cotidianas. Es necesario que hagáis posible el descubrimiento de nuevos modos de pensar, de amar y de actuar. Es necesario que paisajes desconocidos se desplieguen en vosotros. Es necesario que os lleve de una tierra a otra; que os embriague de la ebriedad del Cielo, que ardáis como antorchas, vivas, inextinguibles; que la sed del Cielo os seque, que el hambre de sacrificio, os consuma, que algo se eleve al fin en vuestros corazones, en cada uno, y grite: Servir, servir, éste es mi voto.

¿Me será dado suscitar este impulso? 

Lo que os pido a continuación es la sencillez. Una hora por semana, una pequeña hora, y os volveréis sencillos. Entrando en esta sala, cuya atmósfera vibra todavía del aleteo de los ángeles, que vuestros corazones recuperen la ingenuidad de la infancia. Olvidad lo que sois y lo que fuisteis. Sabios, olvidad vuestras ciencias; filósofos, olvidad vuestros numerosos saberes; todos, olvidad vuestros vicios, pues, todos, somos criminales, podemos haberlo sido, o podemos serlo mañana. ¿Cómo nos hacemos sencillos, preguntaréis?. Olvidándonos, rehusando en nosotros mismos las adquisiciones y las satisfacciones personales.

Este olvido de sí mismo es una de las características de estos “pobres de espíritu” que el Cristo beatificó. Se necesita una suerte de ingenuidad del alma, una espontaneidad de niño, un candor que sólo las auroras de la verdadera regeneración ven florecer.

Renunciar a sí, y no matar el deseo, 

Llevar su cruz, y no evadirse del deber,

Seguir al Cristo, y no a otro dios.

La fórmula del acto de fe no es precisamente la famosa: “Creo porque es absurdo”, sino: “Creo, aunque me parezca absurdo”.

Una fe inmutable aleja el peligro, puesto que nos lanza al abismo de lo Todopoderoso. Ella opera todos los milagros puesto que ella afirma lo sobrenatural. Cura lo incurable y purifica al criminal, trastorna todo en nosotros y nos reorganiza desde el fondo. Nada es imposible a quien posee la menor parcela de fe, y las promesas del Cristo en el sujeto no son metáforas. Una en su objeto, innumerable en sus aplicaciones, oscura en su esencia, todopoderosa en sus efectos, la fe no pide más que una sola condición: ser vivificada por los actos, todavía más que por las palabras. Las obras materiales solas abastecen de alimento a las plantas espirituales. Igualmente, la intención central del corazón, sublimada por la fe, dinamiza los trabajos de nuestras manos. Si el acto es la piedra de toque, la prueba de la fe, pues todo lo que se sacrifica por una idea la refuerza, la duda es el enemigo; divide nuestras fuerzas, la fe las concentra. La fe viene del oído. Existe, en efecto, una relación secreta entre los arcanos del Cielo y los fluidos acústicos, entre el sentido auditivo y el sentido divino. La música, en su esfuerzo de expresar lo inexpresable, nos da la misma enseñanza.

El ambiente entero está lleno de espíritus. No solamente de ángeles y demonios, sino de criaturas de todo grado, en quienes la bondad y la maldad se mezclan según unas proporciones infinitamente diversas. Si la enseñanza religiosa común sólo habla de seres buenos o malos, es sin duda a fin de evitar en la masa las curiosidades peligrosas que intentan satisfacerse por la práctica de la magia. La literatura patrística menciona la existencia de los espíritus de la naturaleza, pero sin detenerse en ello. Permanecer en paz con los hombres, los animales, las plantas, las piedras, los objetos, las ideas, los acontecimientos, el tiempo, las pasiones, los ángeles, los demonios y los muertos.

Pacifiquemos nuestros cuerpos, nuestros sentidos, nuestros espíritus y los medios donde nos apenamos con plena consciencia. No inquietarnos de lo invisible, de los arcanos, de las cosas secretas; nada es secreto ante Dios, estáis reunidos aquí para aprender de nuevo a vivir en Dios. «

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